En nuestro tercer y último día de la Ruta Chaquén en el Guaviare, en horas de la tarde, nos dirigimos a la vereda Nuevo Tolima, la cual se encuentra a una hora de viaje en automóvil y a 25 kilómetros de la capital del departamento, para conocer de primera mano uno de los tesoros más grandes de la arqueología colombiana y el cual se encuentra escondido en la Serranía de La Lindosa.
A nuestra llegada a la finca, donde se encuentra este magnifico hallazgo, nos esperaba Duván Vera, nuestro guía y representante de la nueva generación de una familia que descubrió este místico lugar.
A lo lejos se veía como un paisaje surrealista el imponente Tepuy (formación rocosa que se asemeja a una meseta) donde se albergan los vestigios y muchos secretos aún no revelados de culturas indígenas de la región.
Aquel cerro se veía cerca, sin embargo, nos tomó varios minutos llegar a la entrada de esta majestuosa piedra llena de naturaleza y biodiversidad. Fue una caminata agradable de más o menos tres o cuatro kilómetros por un sendero de pastos, el cual estaba cercado, para evitar el contacto con las cabezas de ganado que allí estaban.
Poco a poco, esa majestuosa meseta se hizo grande ante nuestros ojos, y se podía observar el espeso bosque que estaba a sus pies y entre los árboles una entrada natural, que parecía el ingreso de una cueva.
Antes de iniciar la travesía por este sendero, nuestro guía, hizo un alto para realizar una oración, con el fin de pedir a nuestros ancestros permiso para entrar a estas tierras sagradas para los indígenas.
Luego de este rito comenzamos a subir escalones naturales con la ayuda de las ramas y troncos de árboles que han estado allí por años. Continuamos nuestra caminata al lado de paredes verticales y ramas. Por fortuna, para lograr subir esta escabrosa montaña había lazos y escaleras de madera plástica que nos ayudaban a ascender.
El trayecto en sí no fue largo, sino un poco empinado para llegar a observar las hermosas pinturas rupestres que se encuentran plasmadas. Un lienzo de siete metros de alto por 20 metros de ancho, el cual, según las últimas investigaciones, lleva allí, por lo menos, 12.500 años.
Dibujos que, según Duvan Vera, guía de este trayecto, muestran la manera de vivir de los primeros pobladores de la Amazonía colombiana, como también su vida cotidiana, animales extintos, plantas, modos de caza y su relación con la naturaleza.
“Hace unos siete u ocho años debimos organizar el turismo de este lugar, debido a que muchos turistas, al tomarse alguna foto tocaban la pared y eso hace que los pigmentos de las pinturas fueran borrándose, por lo que ahora las visitas se hacen en grupos pequeños y con la ayuda de un guía, con el fin de preservar nuestra historia”, afirma Vera.
Según Vera, en la meseta se han encontrado otras pinturas rupestres como estas, pero que no están en las mismas condiciones como la observada. Igualmente, acotó que se necesita del apoyo del gobierno para que esta ruta sea un poco más accesible para el público.
La vista desde ese paraje era hermosa, se podía ver una selva infinita desde allí. Sin embargo, la tarde caía y fue necesario recoger nuestros equipos para iniciar nuestro regreso y dejar atrás ese hermoso pasado, que ojalá más colombianos y turistas extranjeros puedan conocer en el futuro.