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Wake: nuestro guardián de la memoria amazónica

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WAKE: NUESTRO GUARDIÁN DE LA MEMORIA AMAZÓNICA

Tierrita De La Esperanza

Unos ojos que miran fijamente, un ruido misterioso y un grito que nadie puede escuchar. Pasos agigantados se escuchan cada vez más cerca y con mayor frecuencia. Sudoración excesiva, respiración agitada y una mirada perdida. Ya no hay tiempo, se acaba el tiempo. Las hojas de los árboles se mueven a un ritmo más rápido que el viento, es la señal. Un disparo con la flecha y en una milésima de segundo… cae. El llanto desgarrador antes de la muerte: objetivo logrado. Mono a la espalda y continúa el camino a la salida.

Así es como se escucha el inicio del relato de Wake, probablemente uno de los hombres más sabios de la selva amazónica. Las arrugas que adornan la piel de su cara, datan de su experiencia y del alma propia de un indígena Tupí. Es de los pocos que se atreven a hablar sin la timidez con la que se expresaría un citadino. Se enorgullece al decir que no sabe leer, ni escribir, porque sabe que lo realmente importante es la sangre selvática que corre por sus venas, o mejor aún del “águila arpía planeando su vuelo”, como traduce su nombre.

Sus palabras y su acento se emocionan al continuar la historia con la que recibe a los turistas en la Reserva Natural Tanimboca, al sur de Colombia. Es media mañana y la humedad se siente en el aire. Ya las botas y las piernas están cubiertas de lodo. El calor es insoportable, pero se hace amigable con el sonido exótico de la naturaleza. A medida que avanza el recorrido, Wake se detiene y observa con cautela a su alrededor, cierra sus ojos y pide ofrecer una oración, pues nadie en el mundo sabe como él, que la selva es peligrosa, siempre lo ha sido y siempre lo será.

“Abuelo Curupira, dame permiso para estar en tu casa. Nosotros no venimos a hacer ningún daño, solo queremos conocerla. Enséñame las cosas bellas que tú tienes, ayúdame a tomar sabias decisiones y líbrame de todos los peligros que hay. Que así sea”.

El alivio en el ambiente es tan perceptible, casi tanto como las hojas frescas que rozan con la piel. De repente, hace un alto en el camino y con su voz grave continúa con el relato oral que tal vez más sentido tiene en su enseñanza sobre el pulmón del mundo…

El tiempo terminó, el sonido de las chicharras da la señal del ocaso. No hay lugar para refugiarse, la luz de la luna se pierde entre los árboles y la oscuridad es ahora quien manda. Miles de pajuiles, guacamayos, loros y trepadores concilian el sueño. Son ahora los pasos amenazantes quienes se adueñan del miedo. Solo es cuestión de refugiarse en un ceiba, uno de los árboles más grandes, así la paz por fin parece haber llegado a la noche.

Sí, es un cazador. Un cazador perdido. En su refugio no estaba solo, cuando supo que los pasos, la sudoración y la respiración agitada se detuvieron junto a él. Sabía que estaba allí, solo lo tenía que escuchar:

– ¿Qué quieres de mí? – titubeó
– Soy Curupira y esta es mi casa – respondió probablemente la voz más ruda del planeta.
– Yo no sabía que ésta era tu casa – dijo disculpándose el cazador.
– No te preocupes, que mi casa es tu casa.

Aunque el cazador se sintió un poco más refugiado, no dejaba de estar intranquilo por la presencia de Curupira. Su instinto lo estaba preparando:

– Tengo hambre – dijo Curupira – Necesito que me des tu pierna.

El cazador actuó con la inteligencia que lo caracterizaba y le dio la pierna del mono que había cazado unas horas atrás. Apenas escuchaba cómo los dientes trituraban cada hueso y cómo disfrutaba cada gota de sangre que bajaba por su garganta.

– Dame tu otra pierna – dijo Curupira.

Con sus manos temblorosas, pero con una determinación tajante en el corte, le ofreció, sin que él supiera, la otra pata del mono. Curupira solo se deleitaba, mientras que el cazador anhelaba que amaneciera.

– Ahora, dame tu corazón, aún no estoy saciado – manifestó Curupira excitado.

 

El miedo invadía cada poro de la piel del cazador. Sabía cuál era su próximo movimiento. Sirvió el corazón del mono y notó cómo cada desgarrador mordisco aliviaba la sed de su alma. Con voz temblorosa el cazador comenzó a hacer la misma petición a Curupira, una a una. Curupira sabía.

Arrancó sus piernas sin dolor y lo mismo hizo con su propio corazón. Pero, el cazador no comió nada. Simuló que lo disfrutaba y lo dejaba a un lado. En menos de nada, en un profundo grito que despertó cada ser viviente de la selva, Curupira murió y minutos después las chicharras avisaron la llegada de un nuevo día. El instinto del cazador lo había salvado. No volvió a pisar ese territorio en 10 años.

La curiosidad de los turistas interrumpe el relato, pero eso a Wake no le incomoda, porque enseñar es su esencia. Sabe que los indígenas de su tribu son reservados y sabe más que si las preguntas no se hacen, el conocimiento no se transfiere. Debe aprovechar. Él sabe cuáles son las ramas que rodean el lugar y causan tanto revuelo. El hecho inusual se roba las miradas de todos. Wake sabe que en ningún otro lugar del mundo se presenta una extraordinariedad de la naturaleza como esa y comprende con su sonrisa que el Capinurí es causante de mucha sorpresa, porque sus ramas toman la forma de un pene.

Cada centímetro de la infinidad verde hace recordar a Wake el porqué su decisión de ser un protector de la naturaleza. Él era un destructor, él no lo sabía un tiempo atrás, nosotros tampoco, incluso ahora. Pero él sabe que la experiencia precisamente se trata de las vivencias, de los errores, de los recuerdos, de los aprendizajes y en el mundo selvático, no hay mayor maestro que cada partícula que conforma la Amazonía.

Los monos brincando de árbol en árbol y buscando comida en los turistas, le recuerdan cómo unos años atrás los ojos llenos de llanto, la mirada desgarradora y las manos temblorosas de una mona le suplicaban vivir. La sangre era incontrolable y las heridas ocasionadas eran irreversibles. No había otra forma, él fue cazador. Sin embargo, cuando algo bello muere, una ilusión más grande nace. Ese fue el nacimiento de la promesa de Wake, una promesa que se convertiría en su nuevo sentido de vivir: ser un protector de la naturaleza.

Sin problema continúa con la historia, que él disfruta contar.

Cuenta la leyenda que cuando el cazador volvió, encontró cómo el musgo había carcomido los huesos de Curupira, como es natural en la selva amazónica. La intención del cazador era hacer un collar con sus colmillos, para ser reconocido como el más valiente y poderoso, así que comenzó a golpear con fuerza los colmillos, pero a medida que golpeaba, estos más se ajustaban.

Los minutos pasaban y lo que antes se daba muerto, poco a poco estaba retornando a la vida. Sí, era Curupira, que estaba tomando su forma natural: musculoso como ninguno, peludo como cualquier animal, con mandíbula de un jaguar, con estatura de dos metros y sus piernas de humano con los pies hacia atrás.

– ¡Las gracias te doy por haberme despertado de ese sueño profundo! No sé qué me pasó, pero me quedé dormido – manifestó Curupira.

Estupefacto el cazador, no supo qué decir y sintió cómo poco a poco sus planes se quebraban como las raíces de los árboles que lo rodeaban.

– ¡Tú vas a ser un hombre muy reconocido, valorado y admirado por todos! – dijo Curupira- Te voy a dar toda la sabiduría de la selva, pero deberás transmitir toda la tradición a tus hijos y a los hijos de tus hijos, porque la selva es muy peligrosa y quiero que le enseñes a ellos a pedirme permiso.

Wake sabe que no hay nada como la palabra pronunciada y se deleita con el final del relato, como si lo contara por primera vez. Sabe que el conocimiento es poder y lo refleja en su larga cabellera, que no es sinónimo de vanidad, sino de experiencia selvática. Conoce como ninguno que probablemente el mayor tesoro de la selva son sus tradiciones orales, que pasan de generación en generación y que es la joya más valiosa que no puede dejar que se muera en el tiempo. Sabe que la tradición oral es creencia, respeto y cultura. Es territorio, pertenencia y tejido. Es esencia, espíritu y vida.

Tal vez, en la leyenda de Curupira las palabras no sean las mismas usadas por las del abuelo Wake, pero se transmite su tradición, que es su mayor deseo. Ahora, que tenemos el conocimiento, siendo jóvenes, somos abuelos.