Una profesora que rompió las barreras del idioma al aprender Nasa Yuwe
UNA PROFESORA QUE ROMPIÓ LAS BARRERAS DEL IDIOMA AL APRENDER NASA YUWE
Héroes de Nuestra Tierrita
Por Maria Rosario Niño
Para el año de 1973, una joven rubia, de tez blanca y 1.70 de altura llegó al corregimiento de Granadillo, municipio de Caldono (Cauca), para trabajar como maestra, con apenas 19 años. Graduada como normalista, escapaba del que podría haber sido un futuro impuesto en la capital. Regresó donde la tierra la había visto nacer como un brote de pasto y luego la expulso como salida de las fauces de una bestia, en plena época de la violencia. Lo que quizás fue lo mejor para ella.
La población en su mayoría indígena la recibió con bombos y platillos, ellos de baja estatura, de pelo negro azabache y ojos oscuros la observaban con algo de curiosidad, le enseñaron la pequeña casona que habían levantado con fique y abono, la escuela ya estaba lista y la maestra ya había llegado a cumplir su labor.
Las primeras clases estuvieron abarcadas por el silencio, en medio de aquel cuarto. Aun con varios niños de diversas edades presentes. No había chistes, no había preguntas, no se pronunciaba nada. – ¿Que letra ven al frente del tablero? Un silencio inunda la habitación… alguno sabe que es una letra, el silencio se prolonga… ¿alguno podría decirme su nombre?
María Idalia Pinilla Tovar, no comprendía el porqué de dicha situación, en ocasiones los escuchaba murmurar, pero no comprendía bien lo que decían, con el paso de las semanas los niños fueron perdiendo el temor a ser escuchados, ella no entendía nada. Los adultos no habían sido claros y los funcionarios tampoco. Pensaba en ocasiones en una inmensa indiferencia o una falta de interés, hasta que un día escucho a uno de los niños hablar con un español golpeado.
Lo señalo y le ordeno quedarse después de clase, el niño sintió que quizás un regaño venia en camino. “Yo te escuche perfectamente y sé que me entiendes, yo te propongo un trato, yo te doy dulces y tu cada día me enseñas a hablar asi”.
Las transacciones entre dulces a palabras iban y venían, caramelo de coco – niño se dice Luuch, luuch pijts, luuchcuẽ poniendo la lengua de para atrá; dulce de mora – yuwe es idioma y nasa yuwe es idioma paéz; abuelo o abuelito se dice como ptsun, luego procedía a estirar la mano… unos dulces rellenos de arequipe caían y la sonrisa se le salía de las esquinas de sus cachetes.
Así fueron pasando las semanas y los meses donde poco a poco María organizo un abecedario de Nasa Yuwe al español, aprendió el himno nacional en el idioma paéz y lo recitaba con los niños todas las mañanas. Creo las huertas comunitarias y armaba las fiestas patronales cada vez que caía un puente. Bailes, concursos de comida, cuenta chistes y poetisas venían y salían de aquella pequeña casona que cada día se iba haciendo más y más grande.
La comunidad fue aceptando a aquella forastera que se hacía notar con su risa bulliciosa, su temperamento fuerte, su poco temor para afrontar nuevos retos o para saludar a aquellos hombres que pasaban de tanto a tanto al corregimiento, con capuchas, armas, charlas de democracia y lucha por el pueblo. Ella no se fiaba de nadie, su pasado le había enseñado una dura lección.
Un día sobre la noche que en el campo se suele ver como una manta oscura tapando el cielo con pequeños puntitos blancos, una de las madres de la comunidad llego a invitarla a un evento de tipo familiar que se llevaría a cabo al día siguiente.
María para cumplir con la cita se alisto en la mañana y tomo rumbo al hogar de uno de sus alumnos, mucha gente alrededor rodeaba la choza, escuchaba cantos y risas, algunos instrumentos complementaban los sonidos, al parecer una fiesta se estaba llevando a cabo. Al divisar a la maestra uno de los adultos salió de la vivienda y la invito a pasar, “aquí no se llora, aquí se debe cantar y bailar, oyó maestra” cuando vislumbro en el centro de la habitación el cuerpo de un niño pequeño que parecía dormir plácidamente, había fallecido y estaba en una ceremonia de celebración por la ascensión del menor al más allá.
Se quedo muda, por un momento pensó en detenerlos en explicarles que el duelo no se llevaba así, que el dolor a través del llanto era natural pero mientras conectaba las palabras correctas para hablar uno de los hombres presentes levanto al menor y lo poso en los brazos de Maria, ella indómita y casi congelada lo abrazo como cuál madre a su menor mientras todos le pregonaban al tiempo “¡baile maestra baile que estamos celebrando!” no sabe aún si una fuerza mayor la impulso o quizás lo irracional que fue para ella el momento pero comenzó a dar vueltas por el cuarto principal abrazando a aquel niño mientras todos cantaban al unisonó. Logro ver de reojo que la madre lloraba un poco pero no paraba de cantar. Entre lo irreal y alucinador de ese instante, solo pudo pensar una cosa, ya hacia realmente parte de la comunidad.
La escuela, ahora llena de trazos y pinturas que contaban mitos y leyendas de la zona como la Pata Sola, el Mohán o el Diablo Encapuchado representaba ahora un foco de aprendizaje ancestral y académico. Los niños aprendían matemáticas, español, historia, biología, geografía, artes, cocina, tejido y teatro… todo lo que alguna vez María aprendió de su madre y de sus estudios. Los niños ahora en su mayoría bilingües adoran a aquella mona que salía con ocurrencias cada día.
Las clases de biología eran en el río, el bosque, la yerba. Solía armar excursiones guiadas para ir a observar a los animales es su hábitat, tomar a los sapos de entre los charcos y sentir las verrugas de su piel, observar pájaros y aprender a diferenciar los usos de sus picos, comprender que era un río, un riachuelo, una quebrada y un nacimiento. Las clases de historia eran fundamentales pero el terror, en ocasiones, llegaba a Granadillo cuando escuchaba que estaban reclutando menores, les enseñaban de la gran variedad de labores, de todo lo que el mundo te invitaba a estudiar. Las clases de cocina se combinaban con biología; realizar un sancocho era enseñarles a los niños que había dentro de sus cuerpos.
“Ahora pueden ver como aquí en el centro de la gallina el corazón, si ustedes posan su mano en el lado derecho de su pecho sentirán como algo late, surge o ruge, ustedes también tienen uno”.
Hoy a sus 60 y tantos años, con más de 45 años de labor como docente abraza con fervor aquellos recuerdos de sus inicios en la enseñanza, como un presagio del destino, algunos años después de iniciar su labor en Granadillo, el pasado volvió a tocar a su puerta, “María usted se tiene que ir porque la van a matar” fueron las palabras que sellaron su camino en el Cauca y la retornaron a aquella nevera fría de la que se había alejado hacia tanto, probablemente por un destino impuesto por alguna divinidad o fuerza mayor continuo enseñando en la capital siendo una maestra reconocida a nivel distrital por su magnífica labor.