VIOTÁ CAPÍTULO 1
Ruta del Chaquén 4.0
VIDEO CAPÍTULO 1
Producción Nuestra Tierrita: Cámara 1: William Fonseca Cámara 2: Marlon Rodríguez Coordinación periodística: Edgar A. Núñez Periodistas: Edgar Arturo Núñez y Erika Mora Nope Guion: Erika Mora Nope y Pedro Aldana Postproducción: Marlon Rodríguez Sonido: William Fonseca Diseño gráfico: Andrés Flórez Redes Sociales: Santiago Castillo. Locución: Úrsula Gómez. Bogotá – Colombia
Bajo un manto de oscuridad, el monte cobra vida. El silbido de los insectos, acompaña el inesperado pero sigiloso movimiento de las ranas. Las pocas gotas de agua que ha dejado la lluvia, se instalan como esferas en las hojas de las plantas para caer de forma repentina a refrescar los pastizales.
Junto a un lago, rodeado de frondosos árboles, se asoma un pequeño y tranquilo sapo. Abre sus verdes ojos escarchados, de un brillo deslumbrante, que parecen sumergirnos en la profundidad cósmica que envuelve a todo este paraíso oculto.
En esta nueva travesía de la Ruta del Chaquén, nos adentraremos en el valle escondido.
Saliendo de Bogotá, por la vía que comunica con el municipio del Colegio, empezamos nuestro recorrido hacia una maravilla ecosistémica del departamento de Cundinamarca: el Parque Orquídeas del Tequendama.
Nos transportamos en un montero gris, cerca de dos horas, por una carretera ligeramente transitada. Tras 51 kilómetros de trayecto desde nuestro punto de origen, llegamos a la primera parada de nuestra aventura.
Justo en frente de un quiosco de madera, camuflado entre los árboles, nos recibe muy gentilmente Omar Chaparro, Fundador y Director de Orquídeas del Tequendama.
Colombia es el país más rico en orquídeas, albergando alrededor de 4.270 especies, 1.572 endémicas del país y pertenecientes a 274 géneros diferentes. Por lo que, en términos generales, representaría el 16% de las plantas de esta familia a nivel mundial. Sin embargo, también es uno de los territorios que más las pone en riesgo de desaparecer. Por ejemplo, la flor nacional o más conocida como la flor de mayo (Cattleya trianae) está en un grado de extinción del 85%.
El parque funciona como hábitat de una amplia variedad de ejemplares de orquídeas, por lo que se ha encaminado principalmente a la práctica del turismo ecológico, consciente y responsable. De esta manera, facilitando la preservación e investigación de esta familia de plantas, a la vez que ofrece actividades de carácter educativo, cultural y recreativo a los visitantes.
“Aquí no se viene a ver orquídeas, sino a aprender de orquídeas. Entonces, mi satisfacción más grande es cuando las personas se llevan un aprendizaje que, además de guardar, servirá para contribuir al cuidado de los ecosistemas”, afirma Omar Chaparro, Director de Orquídeas del Tequendama
Un sueño que fue adquiriendo forma cuando Omar recibió su primera orquídea con tan solo 10 años de edad, en la finca campestre de su abuela. En ese momento, aunque desconocía de qué se trataba, la planta logró captar su atención al instante.
Sus amigos, al notar un claro gusto por las orquídeas, le motivaron a crear un sendero ecológico con el cual pudiera compartir sus experiencias personales y educar a las personas en torno al cuidado de estas valiosas especies; consideradas las más evolucionadas de la naturaleza. Durante varios años, Omar ha ido adecuando su lugar de residencia para cumplir con este propósito.
“Uno cuida lo que ama y ama lo que conoce. La idea es que muchas personas puedan interactuar con estas plantas, específicamente las orquídeas, no solo por el valor ornamental o estético que tienen, sino todo lo que hay detrás de ellas; denominadas los indicadores de biodiversidad. Si bien uno puede preguntarse cuál es su importancia, lo cierto es que al observarlas en un ecosistema se evidencia que mantienen todo en equilibrio”, asegura Omar.
Así fue como una pequeña colección, se transformó progresivamente en el impresionante jardín botánico que es hoy en día.
El bastión de las orquídeas
Empezamos nuestra caminata por el parque, descendiendo por una corta escalera de piedra; la cual está delimitada, en ambos extremos, por barandas rústicas y aparentemente construidas con troncos. Árboles, helechos y arbustos de distintas alturas y tonalidades de verde, se posan alrededor. Algunas cattleyas blancas, plantas epífitas de abundantes hojas, empiezan a asomarse por los rincones libres que deja la espesa vegetación.
Unos pasos más adelante, entre el sendero de piedra, se alza un pequeño estante en madera donde se exhiben distintas especies de orquídeas como: la paphiopedilum insigne endémica de la India, la cymbidium del continente asiático, al igual que la phalaenopsis amabilis originaria de Filipinas y el Norte de Australia.
Omar se agacha y toma del sendero una hermosa especie de orquídea denominada Dendrochilum magnum que, similar a un helecho, despliega sus hojas alargadas y delgadas que van produciendo una serie de espigas florales amarillas. A un lado, detrás del bambú, resuena una pequeña cascada por la que el agua fluye con rapidez.
Un puñado de hojas violeta en forma de corazón, con haces vasculares semejantes entre sí, se asientan sobre un extremo del camino. Justo al lado, se abre ante nuestros ojos una nueva escalera rocosa. Esta, aún más imponente, sigue una ligera curvatura moldeada por innumerables troncos de bambú que, en la altura, se entrelazan para sumergirnos en un verde tenue.
Pronto, el sendero nos conduce hacia un pequeño pero majestuoso jardín japonés. Rodeado de árboles y helechos, yace un vibrante estanque verde; sobre este se sostiene un llamativo puente metálico arqueado de color rojo que, en la mayoría de los casos, busca simbolizar la buena fortuna. Una plataforma que conecta dos caminos: el aquí y ahora, invitándonos a contemplar el vasto lienzo de belleza y significado que está frente a nosotros.
Distintas especies de plantas permanecen colgadas en los marcos externos de una jaula decorativa; entre ellas, orquídeas miniaturas que don Omar muy emocionado nos muestra: “lastimosamente son las que están más susceptibles a desaparecer, muchas personas no saben que estas son orquídeas y que se encuentran en los ecosistemas. “Pasan en sus carros por una carretera o talan árboles, sin darse cuenta que, en una sola rama, puede haber cientos de ellas”, nos cuenta.
Por un rincón del jardín, descendemos unos cuantos escalones para atravesar un reducido pastizal que nos lleva a un puente en madera sumergido en la naturaleza. A lo lejos, un poco difuminado, predomina el rosa de una variedad de plantas que florecen. Junto a estas, se impone la vivacidad de otra orquídea epifita originaria de América, la dama amarilla u Oncidium sphacelatum: varas de las que emergen numerosas y diminutas flores amarillas con toques cafés.
Un chorro de agua moja los capullos de hojas verdes que permanecen frente a una pared rocosa, descendiendo de a poco de una fuente. Continuamos andando por el camino de piedra, pero tan solo a unos pasos Omar se detiene a mostrarnos unas hermosas maracas de malasia (Zingiber spectabile) que, sin parecerlo, funcionan como una esponja que absorbe el agua lluvia para transformarla en una fragancia natural.
Bajo un amplio quiosco en madera se resguardan distintas clases de orquídeas, entre ellas la orquídea barco naranja con diminutas manchas rojizas en su interior. Las acompaña el sonido del agua fluyendo ligeramente, así como una espectacular vista de las verdes montañas sobre las que algunas nubes algodonosas parecen reposar.
“La supervisión y el trabajo apasionado de Omar Chaparro durante tantos años, ha rendido frutos. Siendo un lugar con un valor biológico increíble, acá podemos encontrar distintas especies de orquídeas que, de hecho, varias de ellas ya ni se encuentran en la naturaleza. Su enfoque es en torno a la divulgación, pero a favor de la conservación de los recursos naturales; lo cual tiene que ver con el conocimiento de estas plantas y por qué estas son tan importantes en los ecosistemas”, en palabras de Leonardo Padilla Moreno, Profesor del Programa de Biología de la Universidad El Bosque.
Subimos un par de escalones más, abrazados por plantas con hojas de diversas formas y tamaños, algunas alargadas otras con característicos orificios; hasta llegar a una construcción con un majestuoso balcón en el que las personas pueden sentarse a apreciar el vuelo de las aves a medida que cae la tarde.
Un último pasadizo, con coloridos ejemplares florísticos, nos lleva rápidamente hacia el punto donde iniciamos el recorrido. Antes de marcharnos, le agradecemos a Omar por acogernos y darnos una mirada del extraordinario mundo de las orquídeas.
No obstante, pese a que su eje central son las orquídeas, en el parque también podemos encontrar una multiplicidad de especies muy importantes. El trabajo que desarrolla Omar Chaparro en torno a la conservación, cuidado y transmisión de conocimiento, finalmente favorece significativamente a la biodiversidad. Por eso, es necesario seguir uniendo esfuerzos para promover la educación ambiental desde distintas generaciones, al igual que la divulgación de estos lugares tan valiosos.
Seguimos con nuestra ruta y ahora nos dirigimos a la Vereda Alto Palmar, en el municipio de Viotá. El recorrido desde San Antonio del Tequendama, punto en el que nos encontrábamos, hasta nuestro siguiente destino nos toma alrededor de una hora y diez minutos.
En la oscuridad del monte
A las 7:30 de la noche llegamos a una pequeña finca ubicada en la Vereda Alto Palmar, propiedad de Leonardo Padilla. Casi al instante, nos empezamos a preparar para una aventura fascinante por los senderos que comprende el predio, la observación nocturna de especies nativas, especialmente anfibios, reptiles y arácnidos.
Precisamente, una diminuta rana de piel suave y una coloración dorsal verde con algunas pinceladas negras y amarillas, se resguarda en las hojas de una planta aledaña. Permanece completamente paralizada, ocultando sus patas, hasta que en un microsegundo se mueve sutilmente para acomodarse. Los biólogos la detallan de cerca, hacen algunas fotografías para llevar un registro y, con la ayuda del calibrador, miden cada una de sus delicadas patas.
El muestreo se desarrolla durante las horas de la noche, porque diversos organismos de la zona son nocturnos y tendremos más posibilidades de observarlos en acción; a partir de métodos como el reflejo de la luz en sus ojos al igual que la inspección en troncos o estanques. Por su parte, los que son diurnos tienen una menor movilidad en la oscuridad, haciendo más sencillo el ejercicio de encontrarlos.
Con linternas frontales, impermeables para apaciguar los rezagos de la lluvia y las botas bien puestas, salimos de la vivienda. Nos acompañan tres estudiantes y dos docentes del programa de Biología de la Universidad El Bosque, quienes nos guiarán a lo largo del recorrido. Hacemos un pequeño círculo antes de partir, en el que los expertos nos hacen algunas recomendaciones para la correcta identificación de especies como para mantenernos a salvo durante la experiencia.
Un saltamontes amistoso se posa en la mano de uno de los caminantes, dándonos la motivación necesaria para arrancar. Así nos adentramos a un monte levemente inclinado, entre frondosos árboles que se pierden en la oscuridad. Unas pocas gotas de agua caen de las plantas, mientras el sonido del pasto rozando con nuestras botas se mezcla con la estridulación particular de los insectos que allí habitan.
Nos acercamos a un pequeño lago, donde usamos nuestras linternas para hacer un reconocimiento del territorio. En el proceso, identificamos algunas especies de ranas y un pequeño sapo. Animales que son posibles de hallar por el sonido que emiten, conocido como croar; sus movimientos particulares, unos más saltarines, los otros a paso lento y, un factor acorde a nuestra locación, se asientan en cuerpos de agua: charcos, estanques o ríos.
Los biólogos también nos hablaron del tapetum lucidum que, aunque no está presente en las especies que observamos en la jornada de hoy, es una capa de tejido ubicada en la parte posterior del ojo de distintos animales vertebrados. Característica particular que refracta la luz, por lo que al dirigir las linternas a sus pequeños ojos estos se perciben luminiscentes; permitiendo identificarlos con mayor facilidad durante las horas de la noche.
Tomamos con ambas manos al sapo, que lucía bastante tranquilo, con la asesoría, claro está, de los especialistas en herpetofauna. El animal, de un color verde oliva fascinante, tiene una textura rugosa y un poco áspera; por cuenta de las pequeñas protuberancias o glándulas que le permiten desde mantener la humedad corporal hasta secretar toxinas para protegerse de los depredadores.
Aunque lo carga un ser desconocido para él, mueve sus patas con delicadeza y croa con rapidez. Sus ojos saltones son de un verde escarchado particular y mantienen un brillo deslumbrante, como si escondieran una profundidad cósmica; sumado a su forma esférica perfectamente delineada, que le garantizan un amplio campo de visión.
Nos acompaña por unos cuantos minutos más hasta que, como un proceso natural de cualquier ser vivo, empieza a excretar un poco de orina. Los biólogos aprovechan la situación para hablarnos de un mito que se ha popularizado en la costa colombiana, en torno a una sustancia lechosa que supuestamente lanzan estos anfibios a los ojos de las personas; cuando en realidad es un líquido blanquecino que aleja a sus depredadores comunes. Información inexacta que, claramente, pone a la especie en un riesgo latente.
Cualquier individuo u organismo que entre en contacto con el ser humano no debe ser manipulado por más de 15 minutos, para evitar causarles un choque térmico que pueda derivar en su muerte; tiempo durante el cual, también es recomendable portar guantes.
“Lo que buscamos es enriquecernos de información, para mostrarles a las personas lo que este lugar nos puede ofrecer”, dice Juan Esteban Fuentes, estudiante de cuarto semestre del programa de Biología de la Universidad El Bosque.
Seguimos entrando a las profundidades del monte, moviéndonos por los pocos caminos que deja libre la espesa vegetación. Hacemos una corta parada, para recargarnos con algunas mandarinas frescas que cuelgan de los árboles. Mientras tanto, innumerables hormigas, de tamaño considerable, caminan apuradas de un lado al otro sobre la tierra.
Lianas y pastizales altos empiezan a cubrir el sendero. De fondo el sonido del agua cayendo, que se escucha cada vez más cerca. Descendemos por un desnivel natural, donde el preciado líquido empieza a tocar de a poco nuestras botas. Un tronco que permanece recostado sobre la tierra, nos sirve de apoyo para atravesar algunas piedras.
La oscuridad, perturbada por la luz de las linternas, esconde una pequeña cascada por la que el agua fluye con rapidez sobre las mismas rocas que nos permiten asentar nuestros pasos en un suelo inestable. A sus alrededores, yacen una variedad de hojas y troncos atiborrados por el musgo.
Así hemos llegado al nacimiento: lugar en el que el agua brota naturalmente entre imponentes piedras. Justo ahí, bajo nuestros lentes, un alacrán negro de tenazas afiladas merodea sigilosamente junto a una araña marrón de patas finas y alargadas.
Sobre la medianoche, tomamos el mismo camino para regresar a la vivienda. En medio del pasto, casi desapercibida, una tarántula se mueve ágilmente. Curiosamente, empieza a escalar sobre los biólogos; una buena forma de decir adiós a esta maravillosa experiencia nocturna. Las luces pronto se apagan, es hora de recargar fuerzas porque todavía nos esperan más aventuras por Viotá.
Educación para el cambio
Viotá cuenta con una oferta en biodiversidad maravillosa, incluso podría tratarse de una de las zonas con mayor diversidad de fauna y flora en el país; ya sea por su estructura geográfica, la altura sobre el nivel del mar o las condiciones climáticas. Por esta razón, desde la facultad de Biología de la Universidad El Bosque se ha buscado entablar lazos con distintos líderes en el territorio, bajo el firme propósito de fortalecer la conciencia ambiental comunitaria desde distintas estrategias.
“Nosotros como biólogos venimos acá al territorio a hacer investigación, pero también es muy importante que las personas conozcan de una manera más clara y sencilla qué es lo que hay aquí, cuando estos empiezan a aprender sobre su biodiversidad, a conocerla y darle valor; pueden transmitir esos conocimientos a otros individuos que también les interese venir a este lugar para observar aves, anfibios o reptiles”, explica Leonardo.
En Colombia, como uno de los países más biodiversos a nivel mundial, es necesario conocer en profundidad qué hay en el territorio para garantizar una toma de decisiones responsable con el medio ambiente como para instruir correctamente a las comunidades. Debido a que, lamentablemente, por desconocimiento distintas especies pueden desaparecer progresivamente hasta dejar de brindarnos un servicio esencial.
Un claro ejemplo es la rana de cristal o serpientes de la familia colubridae, endémicas de Viotá, que son importantes para el control de plagas, preservando así el bienestar humano. Precisamente, el Semillero de Herpetología de la UEB se encuentra ejecutando acciones como el levantamiento de información sobre especies de anfibios y reptiles.
“Como semillero realizamos diferentes talleres; uno de ellos fue un encuentro con la escuela, trayendo piezas del museo de ciencias de la Universidad sobre algunos anfibios y reptiles. Siempre queremos enseñarle a las personas que dejen un poco de lado esos mitos que son, tristemente, causa de la pérdida de biodiversidad porque creemos que distintas especies cumplen un papel más allá del biológico”, según Daniela Caro Ávila, Curadora de la Colección Viva del Museo de Ciencias de la Universidad El Bosque.
Incluso las personas que viven en la zona, desconocen el valor de su entorno; porque, día a día, se acostumbran a tenerlo cerca. De acuerdo con Juan Esteban Fuentes, estudiante de Biología: “La importancia de hacer estos talleres es principalmente que la comunidad de la zona tenga en cuenta lo que tiene, lo que puede llegar a perder y cómo puede aprovecharlo. Cambiar la mentalidad es un poco complicado, pero por algo se empieza”.
Así es posible consolidar procesos de investigación, al igual que desarrollar acciones que realmente ayuden a la transferencia de conocimientos. Permitiendo que, en primer lugar, las comunidades se sensibilicen con el estado actual del territorio y, en segundo lugar, se empoderen de los recursos naturales que este les provee.